Jacqueline Silva cursó Fonoaudiología y una vez graduada, se capacitó en Dinamarca, donde aprendió que enseñar a los no oyentes a leer los labios del que le habla es mejor que obligarlos a aprender el lenguaje de señas. Ejerció aquí en Montevideo por varios años hasta que su espíritu inquieto la llevó a estudiar sommelería, sólo para darse un gusto

Apenas recibido el título en Gato Dumas, se entera que, por primera vez, en el Aeropuerto de Carrasco, iban a contratar un profesional para mejorar la atención en el sector de vinos. Se tentó, se presentó, fue elegida y eso le cambió la vida. Descubrió que le gustaba tratar gente, para asesorarla y ayudarlas a elegir la etiqueta más conveniente. Sin duda descubrió una veta docente que la subyugó.

Y es así, al entrevistarla se comprueba. Habla y explica con claridad y reafirma sus dichos siempre con una sonrisa: “Lo del aeropuerto fue en 2010 y tuve que tomar una decisión. Ir dejando de a poco las mutualistas e ir entrando en un mundo nuevo que me llevaba muchas horas. Estaba recién recibida y tenía para mí, un lugar en que podía decidir qué etiquetas comprar. Estuvo buenísimo porque me permitió desarrollarme un montón, estudiar y hasta hacer otros cursos en Argentina”.

Su interés por el vino fue en aumento y tanto que, la impulsó a ir a Estados Unidos a continuar su especialización con el Wine & Spirit Education Trust (WSET), una organización con sede en Londres, extendida a muchos otros países, que hoy ya es la referencia internacional en la formación del vino: “Acá no recibimos los vinos que ellos te exigen y no podés traerlos del exterior. En Estados Unidos los pedís por Amazon y te llegan a tu casa”.

La norma en los cursos del WSET es que los profesores dan a los estudiantes, una lista de vinos que tienen que probar y por supuesto siempre figuran, las principales regiones europeas como Burdeos, Borgoña, Rioja y Jerez.

Después de 4 años en el exterior, con una estadía en Londres para seguir estudiando mientras trabajaba en su oficio, Jacqueline volvió al Uruguay, justo en el momento en que Alejandro Rodríguez abría La Vinoteca en el Mall de Carrasco. Un comercio con particular énfasis en los vinos españoles, donde tuvo la chance de seguir aplicando sus dotes de comunicadora. Llegó la pandemia y Alejandro cerró su venta al público para seguir con la venta online. Ella tuvo entonces la chance de trabajar con Fabiana Bracco en la bodega familiar.

“Ahí trabajé mucho, aprendí y me gustó. La vinificación la había estudiado, pero otra cosa es vivirla y en una bodega chica como Bracco Bosca Winery, está muy al alcance de la mano”, confía mientras recuerda.

Desde el año pasado Jacqueline atiende clientes, hace degustaciones y talleres en Vinbutik. Julio González su propietario, es también fan de los vinos españoles y los importa desde bodegas reconocidas de la Península.

Dos preguntas me faltaban para completar la entrevista.  La primera: ¿Cómo se le vende un vino a quien no llega con una opción ya decidida?

“Cuando entra alguien con la duda de qué comprar, le pregunto… ¿Para quién es el regalo? ¿es hombre o mujer? ¿es para una persona joven? Y por último… ¿cuánto querés gastar? Por ejemplo, si es para una persona joven siempre busco los vinos más fáciles de beber, porque en general vienen del mundo de la cerveza o del Fernet. Otra pregunta que ayuda es… ¿te acordás que vino toma? Y cuando el cliente me ubica, le propongo un vino en el mismo segmento de calidad y precio, parecido pero distinto”, comenta muy segura de cómo manejar la venta de sus vinos.

Se podría decir que en el mundo de la sommelería no existen las diferencias de género y Jacqueline lo confirma: “Nunca me sentí menospreciada por ser mujer. Mis colegas y mis jefes siempre me trataron con respeto, siempre me ayudaron, no solo los de acá, también en el exterior el trato fue igualitario. Las Sommelier no nos sentimos discriminadas, ni en el trato, ni el salario”, afirma convencida.