El título de la cuna del vino es disputado por varios países: Armenia, Georgia y Turquía. Hasta ahora, la pregunta sigue abierta a los historiadores. Las excavaciones arqueológicas en la Anatolia turca pueden confirmar que los primeros vinos se hicieron allí. Las que se hicieron en Georgia certifican lo mismo. Por otro lado, nadie desconoce que el Arca de Noé encalló en el monte Ararat cuando bajaron las aguas del diluvio y que el patriarca festejó su gran obra con una borrachera de padre y señor mío. Así que para los armenios no hay discusión y la cuestión se define en su favor

Turquía es un país con una fuerte impronta de musulmán y la mayoría de los turcos no consumen alcohol, considerado como «haram» (prohibido) por el islam. Sin embargo, posee una larga tradición vitícola y goza de un clima ideal para la viticultura, con veranos cálidos y la suficiente pluviometría como para que las vides se sientan cómodas y generen excelentes uvas.

Con una superficie de viñedos que dobla a la de Argentina, la mayor parte de la producción tiene como destino la pasificación. Es el mayor productor del mundo de pasas de uva y la culinaria turca sabe integrarlas bien, a la excelente repostería local. Otro gran porcentaje se despacha en forma de fruta fresca para servir a la hora de los postres. El menor porcentaje acaba convirtiéndose en vino.

Erdogan tiene ideas claras

No ayuda a la industria local, la asunción de Recep Ayip Erdogan como presidente del país. Un musulmán practicante que hace 15 años al inaugurar su mandato afirmó: «Nuestra bebida nacional es el ayran» (un tipo de yogur líquido) a la vez que advertía contra los peligros del alcohol. La reiterada subida de impuestos ha elevado los precios de las bebidas alcohólicas a niveles muy por encima de los habituales en Europa. El presidente ha defendido la incesante subida de las tasas, tanto por ser «el más importante ingreso del Gobierno en ausencia de pozos de petróleo», como para «proteger la salud de los ciudadanos». Por supuesto que la industria se ha visto muy afectada por esta actitud del ejecutivo.

Sin embargo, hoy hay factores muy fuertes que impulsan cambios y el turismo es uno de ellos. Las bodegas locales sienten la obligación de satisfacer su demanda. No se les escapa que además de una gran riqueza a mostrar a los extranjeros que visitan el país, se trata de un sector económico de gran crecimiento. Empresas como Kayra, Doluca y Turasan lo tienen claro y ya elaboran algunos vinos de nivel internacional.

La leche de león

La división en dos sociedades, una islámica y otra librepensadora, pero ambas firmemente ancladas en la tradición, encuentra su máxima expresión a la hora de beber. En realidad, la bebida más tradicional de Turquía es el raki, un aguardiente de anís con 45% de alcohol, imprescindible en cenas de amigos, fiestas y bodas tradicionales. Este destilado tiene equivalente en casi todos los países mediterráneos, desde Líbano e Irak (arrak), a Marruecos (mahiá), Grecia (ouzo) y el anís español.

Aunque se puede beber el raki puro, lo normal es mezclarlo con agua en partes iguales, para obtener el líquido blanco que allí muchos le llaman «leche de león».

Este apretado informe turco, tiene un final curioso tratándose de un país musulmán en que está prohibida la publicidad de las bebidas alcohólicas y donde un destilado que alcanza el 45° de alcohol, es imprescindible en fiestas y casamientos