Vista la fama y el prestigio que el Malbec tiene hoy día, parece mentira que en la década de los 80, muchos de sus viñedos habían sido arrancados, llegando a su menor superficie plantada en todo el siglo XX. Eran años en que a esa uva no se le veía suficiente potencial, se la usaba más que nada para mezclarla con otras y no se la tenía en cuenta para elaborar varietales de calidad

Pero algo comenzó a cambiar en 1988, con la llegada del winemaker americano Paul Hobbs. En Mendoza, don Nicolás Catena sabía de su trayectoria en California y de sus trabajos como consultor en Chile. Enterado que estaba en el país vecino, lo invitó a conocer su bodega mendocina y de paso ver si lo podía contratar como experto. Sin vacilar, Paul se subió al auto para cruzar la cordillera porque tenía mucha curiosidad, de saber que pasaba del otro lado. Era la chance de conocer Mendoza, una región que la que mucho le habían hablado. Don Nicolás había viajado varias veces a Napa Valley y admiraba el gran nivel de de calidad de sus vinos, en especial los Chardonnay y los Cabernet Sauvignon. Quería contratar a Hobbs para que los hiciera en su bodega, en ese estilo de tan elegante y exitoso, para exportarlos. Se pusieron de acuerdo y Paul comenzó a colaborar con Catena, pero su curiosidad innata lo llevaba a conocer y experimentar con esa uva tinta llamada Malbec, desconocida en Napa Valley.

Exitosa trayectoria en California

Oriundo de Buffalo, cerca de las cataratas del Niágara, su padre cultivaba una granja de manzanas y de alguna manera eso le marcó el camino. Comenzó su vida universitaria estudiando Medicina, pero esas raíces familiares le hicieron cambiar, para estudiar Ciencia de Alimentos del Departamento de Enología, en la Universidad de Davis, California. Una vez graduado, se radicó en el Valle de Napa y empezó a trabajar primero en Robert Mondavi Winery, luego como jefe enológico de Opus One, la bodega de Mondavi y el Baron de Rothschild. Al tiempo decidió seguir como consultor independiente y así empezó su carrera como flying winemaker. Hoy es un consultor de fama mundial, que asesora bodegas en distintas regiones del mundo, en Cahors, Francia, en Armenia y también Familia Deicas en Uruguay. Acumuló tanto prestigio como para que la revista Forbes, lo bautizara el Steve Jobs del vino.

Primeros pasos en Mendoza

Entrevistado por The Drink Bussiness, contaba sus primeras impresiones: “Cuando llegué a Mendoza no conocía al Malbec, porque en Calfornia no existía. Sin embargo allí se había cultivado durante más de 100 años, pero con poco éxito. La mayoría de los productores argentinos no creían en el potencial de esta variedad. Vi que las vides se cultivaban al estilo italiano, muy pegadas al suelo, sin suficiente luz solar en los racimos y el resultado eran uvas Malbec de color muy claro y frutos muy grandes, debido al riego tan abundante. Más kilos por planta era el objetivo y el resultado eran vinos de mesa poco relevantes”. Finalmente y después de muchos años de trabajar en Mendoza, contento y entusiasmado no sólo por los resultados, sino por sentirse a gusto con el lugar y su gente, en 1998 fundó su Viña Cobos junto al matrimonio mendocino de Andrea Marchiori y Luis Barraud.

El Uruguay finalmente

En los 90 vino al país contratado por el BID, para asesorar en un proyecto del Centro de Bodegueros. Causó una excelente impresión y pasado un tiempo, en 2012 Familia Deicas comenzaba a desarrollar nuevos viñedos en distintas regiones del país. Se hacía necesario un asesor con mucha experiencia y Paul Hobbs apareció en la pantalla del radar. Fernando Deicas cuenta de su asesoramiento: “Hoy viene 4 veces al año. Antes de la vendimia para ver la maduración de las uvas y también durante la misma. La siguiente en mayo o junio cuando los vinos ya están terminados y antes de fin de año para realizar los cortes de los vinos de guarda”. Esta forma de trabajar de Hobbs da clara muestra de que es un experto en ambas áreas, tanto en el viñedo como en la bodega y la elaboración. Pero también: “es un fenómeno para catar y tiene una memoria prodigiosa para identificar cada vino. Recuerda con exactitud como lo había evaluado seis meses antes y comenta la evolución que tuvo en ese lapso”. Para mi dice Fernando: “es impresionante estar con él cuando cata y comenta los vinos. Puede funcionar como un espectrofotómetro organoléptico, revelando cada matiz y cada aroma, con una capacidad inigualable no sólo para interpretarlos, sino para explicar su presencia y cómo se generaron”.