Tras un año “en blanco” por la pandemia, volvió este original evento de vinos diferentes. Se realizó en la capital de España con el fin de destacar la labor de los que hacen “vinos auténticos” y aportarle a los consumidores, una perspectiva transgresora pero abierta, a las nuevas emociones del universo vinícola

Un abanderado

Federico Oldenburg, escritor vinícola y miembro del Sindicato del Gusto es uno de sus  impulsores y cuando es entrevistado le gusta proclamar sin empacho: “En este salón no hay lugar para grandes grupos bodegueros, los de viñedos extensos. Ni para los flying winemakers que siempre se descuelgan con la misma receta, en cada consultoría que realizan. Sólo convocamos a los guardianes de lo pequeño, a los que mantienen los pies en el suelo, cerquita de las raíces. Son los benditos hacedores de los vinos radicales”.

Después de una declaración tan tajante cabe preguntarse a que vinos se refiere este crítico español, que ha publicado en VogueSibaritas y Vinum, entre otros medios. Su trayectoria fue galardonada en 2007, cuando obtuvo el premio Nacional de Gastronomía, a la mejor labor periodística.

La primacía de lo local

Dicho con otras palabras y para que quede más claro, el salón de Vinos Radicales se ha convertido en cita obligada para las pequeñas bodegas y viticultores que priorizan lo local frente a lo global. Los que defienden las variedades autóctonas, la singularidad del origen y el orgullo por la tradición. Por supuesto también, los que gestionan sus viñedos en forma ecológica y así entre todos, se reúnen para reivindicar las prácticas ancestrales, aunque no reniegan de la innovación y la creatividad.

Un ejemplo ayuda a entender

Celler del Roure participa desde el comienzo y es uno de los proyectos más interesantes de Valencia. Fue creado en 1996 por Pablo Calatayud con la ayuda de su padre, una vez que el joven egresó de Agronomía,  Ninguno de los dos tenía experiencia en el mundo del vino pero estaban decididos a cultivar viñas en su tierra natal.

Empezaron plantando las clásicas variedades francesas, que eran las uvas de moda entonces, pero descubrieron que un vecino hacía los vinos para beber en familia, con la cepa tinta Mandó, hoy casi extinguida. Les tentó trabajarla para contar con un vino bien original  y luego de algunos tropiezos iniciales, obtuvieron un resultado más que satisfactorio. Con este varietal participaron del VII Salón de Vinos Radicales.

No a la uniformidad

Todo cambia cantaba Mercedes Sosa y es verdad. En su manifiesto, los Vinos Radicales expresan: “la uniformidad amenaza con devastar la diversidad que atesora el viñedo global. Y, aquellos que de verdad amamos el vino, debemos orientar la mirada hacia lo pequeño, para seguir disfrutando a lo grande”.