Nuestra experiencia siciliana finalizó en Marsala, provincia de Trapani. Su nombre deriva del árabe: Marsah-el-Allah o puerta de Dios, en español. Es un distrito ubicado al oeste de la isla, cuyos vinos dulces hoy son reconocidos por su gran calidad. Pero no siempre fue así y la historia comienza en 1770, cuando el comerciante inglés John Woodhouse llegó a Marsala y descubrió el gran parecido de sus vinos a los de Oporto y Jerez, que él conocía muy bien

Eran tiempos en que esas dos regiones, no daban abasto para satisfacer la sed del mercado británico. Sabiendo que había descubierto una joya, compró una partida importante para exportarla a su país. Los productores locales no se imaginaban que se abría una gran puerta hacia un futuro de prosperidad.

Para asegurar la calidad de los vinos durante el trayecto, añadió ocho litros de alcohol vínico a cada uno de los barriles de 400 litros, ya casi prontos para embarcar. Él conocía esta técnica, muy usada en los vinos de Oporto y Madeira. A partir de entonces los productores locales comenzaron a imitarlo y otros importadores británicos llegaron a la isla hacer lo propio. Desde entonces, los Marsala se fortifican con alcohol para llegar al menos a 18% de graduación.

Marsala DOC es una de las más antiguas denominaciones de origen italianas, en la que predominan las variedades blancas autóctonas, casi desconocidas en el resto del mundo. La Grillo se destaca sobre las otras y es fruto de un cruce espontáneo y natural entre la Catarratto y la Zibibbo. Entre las tintas, la Nero d’Avola y la Nerello Mascalese, son las más usadas. Aunque Frapatto, Albanello, Inziola, Fiano, Carricante, Grecanico, Nerello Capuccio y Perricone también se cultivan.

En el último día de nuestro tour visitamos la cantina (o bodega) Curatolo Arini 1875. Era domingo y abrieron sus puertas en forma exclusiva para los viajeros de Catadores. Alexandra Curatolo – quinta generación familiar y gerente de marketing de la empresa – nos atendió con amabilidad, gran hospitalidad, hablando en perfecto español, por haber vivido y trabajado en España. Fue Vito su tatarabuelo quien comenzó con la producción en 1875 y desde entonces la cantina ha crecido y diversificado su producción.

Alberto Antonini es el enólogo consultor que los asesora y en base a su experiencia, se hizo un trabajo de selección de las parcelas más prometedoras, de las cuales obtener las uvas de calidad superior para elaborar vinos tranquilos. No son viñedos propios, son de viticultores con los cuales hay una estrecha relación que viene de hace mucho tiempo.

La degustación comenzó en el patio de la bodega, bajo una enorme sombrilla con un espumoso de la cepa Grillo, de reciente creación. Luego, sentados en la sala contigua al comedor, llegó el turno de blancos y tintos, todos ellos varietales de cepas indígenas. Grillo, Catarrato y Zibibbo, blancos, frescos y bien diferentes a los probados en el lado este de la isla. Para finalizar y antes del almuerzo, se hizo presente el Nero d’Avola en versión normal y reserva. Taninos sabrosos y una redondez elegante los distinguía.

El antipasto o entrada en español fueron rollitos de sardinas frescas con relleno de pan rallado tostado, piñones y uvas pasas, con la infaltable salsa de tomate y albahaca. De principal, un plato típico de la zona, herencia árabe, Cous Cous con mariscos y pescado. Decir delicioso es poco, porque la frescura de los productos de mar y la conjunción de sabores es difícil describir con palabras.

El momento más esperado fue el de la degustación de 4 vinos Marsala. Todos ellos diferentes. El primero: Marsala Superiore 10 años, muy similar al jerez; seguido por el Riserva Storica 1995, un auténtico elixir; luego el Marsala Vergine Riserva 1995, seco y con notas de oxidación, que como su nombre lo indica es el estilo original; finalmente llegó el Dolce con 120 gramos de azúcar por litro. Cada copa fue acompañada por un dulce diferente.

Lo que si se puede decir con palabras es que posiblemente la visita a Curatolo Arini haya sido de las más impactantes de este tour. Posiblemente quede como una de las historias destacadas de la bitácora de viajes de Catadores. Al igual que los sabores de la cocina siciliana, la conjunción de historia, generosidad, sencillez, elegancia, tradición familiar, persistan en nuestro recuerdo como persisten los aromas y sabores en nuestras papilas y mentes. Abrir la bodega para nosotros; que don Sergio Curatolo – padre de Alexandra – se acercara a saludarnos y se quedara todo el tiempo con nosotros; que los hijos de la anfitriona llegaran de repente y que nos saludaran en español, son signos de una familia que, con educación, amor y pasión, trabajan y persisten de generación en generación.