Joven, vital y creativa, Fiorella Faggiani es una joven enóloga que hace cinco años trabaja en Alto de la Ballena. Alos 22 y recién egresada, no vaciló en ir a probar suerte a California, manejando el inglés básico aprendido en el liceo

“Mi primer empleo antes de graduarme fue en Bodega Garzón y al terminar los seis meses de contrato, hice mi tesis. Con el título bajo el brazo, me fui a trabajar en Delicato Family Wines, al norte de Modesto. Junto con otros cuatro enólogos extranjeros, teníamos que procesar las pequeñas partidas o sea, las microvinificaciones”, cuenta ella de esta primera experiencia fuera del país.

“Allá practiqué lo que me enseñaron en la escuela, pero más que nada aprendí lo duro que es la temporada de vendimia, donde los días son interminables. No me desanimé, al contrario, me entusiasmé tanto que comenzando mi turno a las 4 am, llegaba el mediodía y yo seguía trabajando. Más de una vez James – mi jefe australiano – me obligaba a retirarme”, añade Fiorella

Al terminar su año de pasantía, se fue con un colega hawaiano a trabajar en la bodega Volcano, en la isla grande y cerca del volcán Mauna Loa. Allí se fermentaba ananá con uvas para hacer “vinos” frutados. Otra experiencia insólita, pero que también le dejó enseñanzas.

Luego vino la etapa francesa. Un año en el sur cerca de Montpellier y dos años más en la Maison Michel Chapoutier, en Hermitage, donde colaboró con Christophe Guerland. Este enólogo y experto bioquímico, estaba preparando un libro sobre los aromas y defectos del vino. Advirtió en Fiorella condiciones innatas para reconocerlos y no dudó en sumarla a su equipo de trabajo.

“De lunes a viernes cada semana, a las 10 am nos reuníamos con Christophe, para catar a ciegas unos 50 vinos. Al principio me resultaba muy difícil identificarlos y me desesperaba, pero transcurrido un año, te puedo decir que podía reconocer más de 40. Hoy creo que es mi fuerte y lo aplico en la bodega, incluso antes de ir con las muestras al laboratorio, para comprobar mi primera impresión”, agrega Fiorella con una sonrisa y muy satisfecha.

En enero 2017 se separó de su novio francés y se volvió a Uruguay pero decidió no quedarse aquí y tampoco volver a Francia. La vendimia ya estaba comenzando y era muy difícil conseguir trabajo, porque las bodegas ya tenían su enólogo en funciones. Andariega y sin ataduras, optó por hacer su última experiencia en el exterior. Viajó a Australia y se empleó en una bodega en Melbourne donde estuvo casi todo el año.

De vuelta al país en 2018 y finalizada la etapa de sus andanzas por las bodegas del mundo, ahora trabaja en Alto de la Ballena, colaborando con Paula Pivel. Con la autorización de ella ha comenzado a elaborar sus vinos, a los que bautizó Bohemian by Fiore. Un recuerdo afectuoso a la canción de Queen que tanto le gustaba a su padre. Tres tintos son los 2022 – Tannat, Lacrima Christi y Cabernet Franc Reserva – producidos con levaduras nativas y mínima dosificación de SO2.

“El Tannat que hago es el que me gusta tomar, si bien no soy fanática de la cepa, porque a veces pruebo algunos que me cuesta disfrutarlos. Pero estando en Uruguay no es posible no elaborarlo. Entonces el mío es muy frutado, no pasa por barrica, es de taninos dulces y suaves”, comenta del suyo.

El asunto es venderlos. Ella vive en Pueblo Edén para estar cerca de la bodega y como su producción no es grande, se las ingenia para comercializarlos.

“Mi sitio en Instagram es una buena herramienta y el boca a boca me ayuda pilas. También se venden en mi pueblo. Los tienen en Vaimaca, en La Casita de Chocolate y en Paseo del Edén, un local de la plaza donde están todos los productos locales y es el punto que más vende”, añade Fiorella

El próximo paso es llegar con ellos a Montevideo. De momento y en su IG @bohemianbyfiore se pueden comprar: Levas Nativas Tannat a $800, Levas Nativas Lacrima Christi a $1.00  y el Cabernet Franc Reserva a $1.500.