Las Croabas era La Meca
A principios de los 60 y desde Valentines, departamento de Treinta y Tres, vino Benjamín Doño con su esposa a vivir a Montevideo. Consiguió empleo en una casa cambiaria, pero en su interior algo le pedía tener su propio negocio. En 1966 se le presentó una oportunidad y la aprovechó sin dudar. Puso un local para vender vinos en la Av. Rivera casi Av. Soca y lo bautizó con el curioso nombre de Las Croabas
Lo conocí en la década de los 90, en pleno auge de los nuevos vinos finos nacionales, que los apasionados queríamos experimentar y que en otras vinerías no se conseguían y menos en las grandes superficies. Para nosotros, Las Croabas era como La Meca, porque siempre tenía una nueva etiqueta para sorprendernos. Y los bodegueros lo sabían de sobra, recalaban entonces en Las Croabas, primero con sus muestras y si Benjamín les daba luz verde, salían llevando un primer pedido para entregar a la brevedad. Con el tiempo, su hijo Fernando se incorporó al negocio familiar y hasta el día de hoy atiende a los clientes, con el buen carácter y sabiduría que heredó de su padre. Saber recomendar los vinos según las preferencias de cada uno, siempre fue la llave maestra para fidelizarlos. Cuando comencé a dictar los cursos de cata, en Las Croabas encontraba el respaldo necesario, para seleccionar en conjunto con ellos, los vinos que mejor resultado darían en cada clase. Ni que decir que me derivaron muchos interesados, en conocer mejor la esencia de este mundo tan diverso y apasionante.
Dice Daniel Quintana
Desde la primera vez que ingresé a «Las Croabas» tuve la sensación de que no era una vinería más. Tenía una impronta especial, que sin duda era dada por su dueño. La gran cantidad de marcas y ofertas puntuales, pero sobre todo la atención que uno recibía de don Benjamín Doño, le daban una calidez especial. Siempre de buen talante, ofrecía su asesoramiento sin presiones, evidenciando conocer cada uno de los vinos sobre los que se le preguntaba y graduando sus opiniones, según iba apreciando el nivel de conocimiento del interlocutor, para que éste se sintiera cómodo al dialogar y después definir su compra.
Como base de su saber, probaba y no lo hacía solo, sino con su familia y con los propios clientes. Cada nuevo vino que introducía en sus estanterías, tanto fuese nueva marca, etiqueta y añada, pasaba por ese examen. En su sin igual comercio solíamos reunirnos con otros clientes y amigos del vino, inicialmente por mera casualidad y sin conocernos previamente. Calidez humana, voz amiga, comerciante sapiente y honesto. Sin duda una persona inolvidable.
Dice Omar Ichuste
Recuerdo como si fuera hoy la primera vez que entré al antiguo local de Las Croabas, más cercano a la Av. Soca que el actual. Tenía apenas 24 años y mi curiosidad por el vino provenía de mis genes italo vascos, que me llevaron a ingresar a este mágico y milenario mundo. Me atendió Benjamin y al preguntarme que estaba buscando, solo le dije que un vino blanco. Me recomendó el Riesling de Los Cerros de San Juan. No fue una compra y nada más. Conversamos, se interesó por saber de mi y me contó del negocio y su pasión por el vino. Aquel día comenzó una relación comercial y especialmente una amistad con el “Chiquito” y toda la familia Doño.
Ya en el local nuevo, donde cada compra se tornaba en una tertulia, juntos probamos decenas de vinos. Un día mientras escribía con su doble y casera lapicera roja y azul, las que unía con cinta adhesiva, le propuse hacer una degustación de vinos blancos antiguos. Le brillaron los ojos por la picardía de la idea. Juntos buscamos etiquetas de estos ejemplares que habían quedado olvidadas en viejas cajas del depósito. Fijamos fecha, ambos invitamos amigos y fans del vino y luego de cerrar las puertas del negocio, degustamos un sinfín de blancos de varias añadas y cepas. Fue un festín que recordamos con mucho cariño. Así como, la originalidad y delicadeza con la que envolvía las botellas cuando se le pedían para regalo, dedicando el tiempo que fuera necesario. Porque para Chiquito Doño cada cliente era un amigo, un ser único, a quien dedicaba el tiempo que fuera necesario.
EDUARDO LANZA
Ingeniero Químico y experto en vinos. Su pasión lo ha llevado a visitar terruños, descubrir cepas y probar las más variadas etiquetas. Comparte su saber y anécdotas de una forma atractiva desde hace más de 20 años. Escribe y enseña con el mismo placer que degusta un vino. Nos lo cuenta en un contexto histórico y cultural, y eso también lo hace diferente.